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Alberto Rodríguez

Nunca un Presidente…

Nunca un Presidente…

El pueblo norteamericano se ha equivocado muchas veces, en eso estriba una parte de su grandeza. La última y más costosa equivocación colectiva fue la reelección de George Bush. Nunca un Presidente de los Estados Unidos (ni siquiera Nixon o Johnson) había dejado más postrada a la Unión, que lo que la va a dejar el ranchero texano.

Bush metió a USA en una guerra que vale tanto como el valor desplomado del mercado en la crisis. Además una guerra perdida. El sistema de inteligencia recibió el golpe más duro desde que existe, al haber permitido que Bin Laden les tumbara las torres gemelas de New York, que para el orgullo norteamericano – el de de los blancos, protestantes, anglosajones, granjeros, blancos, republicanos, empresarios y evangélicos – fue un golpe definitivo.

Bush dejó deslizar la economía por el desbocadero del capitalismo salvaje, auspició a banqueros e inversionistas a hacer su feria, estimulando la desregulación económica y reduciendo los impuestos a los ricos. Prohibió enseñar las teorías de Darwin en las escuelas públicas y la experimentación científica con células madres. Se opuso al aborto y a la restricción de la libre venta de armas. Un tipo que por acción y omisión terminó golpeando más al capitalismo, que lo que hubiera hecho el mismo Mao Tse Tung.

En principio son dos las opciones posibles como consecuencia de lo que haya de pasar el super martes de noviembre. Que gane un venerable anciano, físicamente limitado, republicano, con memoria espasmódica, que no se orienta en medio del caos económico, que mantendrá a 140.000 hombre en Irak, que no sabe qué hacer con Afganistán, y con una demoledora fórmula vicepresidencial (la clave providencial de su derrota): la inefable Señora Palin, miembro de la Asociación Nacional del Rifle, que de haber estado en el poder le habría declarado la guerra a Rusia tras lo de Osetia, que no tiene pasaporte y cuyo conocimiento de lo internacional no va más allá de saber que al abrir por las mañanas la ventana de su cocina, allá frente está Rusia. Miembro de una oscura secta de fanáticos creacionistas, abusadora de poder desde su merecido puesto de gobernadora de Alaska, y que desde luego lo más importante que ha hecho en la campaña, ha sido comprar - por primera vez en su vida - ropa decente, por valor de 170.000 dólares, a cuenta de las arcas republicanas y en los tiempos que corren.

La otra posibilidad es que gane Obama – el Negro -. Al menos las estadísticas hoy (lunes 3) ya lo dan como triunfador. Tiene el incuestionable mérito de ser el primero de una saga condenada expulsar a la oligarquía blanca del poder, que representa el triunfo de las minorías, de la clase media urbana. Obama desciende del mono, pero también de Martin Luter King. Se acompaña de una fórmula vicepresidencial, que al menos le garantiza el acceso a la información y opinión actualizada sobre el estado de las relaciones de los Estados Unidos con el mundo.

Nunca un Presidente entrante había recibido la Unión en tal grado de entropía. Un país quebrantado en su economía, con su orgullo nacional maltrecho, con el déficit fiscal más grande de la historia, con un par de guerras perdidas y una administración todavía más perdida. Para los norteamericanos, y esa es su tragedia, ninguno de los candidatos que triunfe el super martes, tiene las condiciones, el poder, el alcance y la visión, para sacar del pantano a los Estados Unidos.

 

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