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Alberto Rodríguez

Reality Show

Reality Show  La divertida perversidad con que a todos nos atraen los reality shows está en el goce por el riesgo de otros. Eso nos deja participar del riesgo sin correr riego. Para que ocurra se necesita de una especie de pacto sadomasoquista entre participantes y audiencias. Un invento perverso para satisfacer el raiting. Aun así, como programa tiene todo el derecho a emitirse, a pesar de los críticos moralistas del inmoralismo.  El más reciente reality es el de la verdad. Investido de la autoridad tecnológica de la máquina de la verdad, a la que previo al espectáculo los participantes se someten. El juego está en desnudar para las audiencias, las flaquezas, las canalladas, las íntimas miserias, el kitch del alma humana, por dinero. La condición humana, sin más. La verdad que se desoculta sólo tiene que ver con esto.  Para el participante el riesgo es completo. Si dice la verdad, acepta las consecuencias en su vida privada y pública de haberla publicado, pero si miente pierde el dinero. La perversa lógica que tensiona el programa es que los participantes nunca antes tuvieron razones para publicar la verdad por la tolerancia, la transparencia, la aceptación de la culpa, y el perdón, sin embargo en el programa lo hacen - aún a su pesar -  a partir de un millón de pesos.   Un hombre está en condiciones de aceptar los riesgos de la verdad sobre los cuernos que puso a su mujer, si a cambio se lleva diez o quince millones. Con dinero el infierno o la separación son más fáciles de soportar. Una empleada acepta haber traicionado los intereses de su sindicato, exponiéndose a ser expulsada o a una demanda, sin que aparentemente le importe. Con dinero las cosas se hacen llevaderas. Todos los participantes valoran el dinero por encima de la privacidad. La privacidad como la sangre se puede vender, hasta por causas nobles.   El mercado de la verdad satisface a las audiencias, que en épocas del imperio romano eran simplemente el pueblo. El pueblo pide realitys, no por reconocimiento al valor de publicar la verdad privada, sino por el deleite del escarnio. Eso es lo que queremos ver. La verdad del reality es que la verdad no sirve a fines altruistas. Lo cual es una confirmación lamentable pero cierta del alma nacional. Y si lo dudan pregúntese por: la verdad, la justicia, la reparación, el intercambio humanitario, la transparencia de las fuerzas militares.             En Roma los césares propiciaban la carnicería de cristianos a exigencia del pueblo que estaba sediento de espectáculo. Hubo épocas en que tanta era la sed que se quedaron sin leones. Había más cristianos que leones, lo cual vino a ser la peor desgracia para el Imperio. Hoy las programadoras son los césares, los coliseos son estudios y los cristianos fueron reemplazados por los participantes. Son los cristianos – los únicos sobrevivientes del Imperio – los que siguen exigiendo espectáculo.  

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