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Alberto Rodríguez

El ruido de las cosas al caer

El ruido de las cosas al caer

Las cosas que suben tienden a caer. Las cosas que vuelan están agravadas, y al caer hacen un ruido único, singular. El ruido del tiempo que se siente como un silbido por entre un tubo, el ruido que se siente dentro de un avión mientras se precipita a tierra. Hipopótamos, cuerpos de paz, marihuana, inquilinatos, billares, aviones, estudiantes de derecho, y una dosis sesentera de nostalgia cruda, fue lo que encontré en la novela de Juan Gabriel Vásquez. Su luz es la de un gris urbano, que estuvo inventando durante dos años y medio, entre junio de 2008 y diciembre de 2010.

El accidente de Santa Ana – el Tablazo -, el vuelo de American Air Lines, siniestrado en la navidad de 1995 en el Valle del Cuaca, el avión de Avianca, que Pablo Escobar hizo explotar en pleno vuelo, para matar a  Cesar Gaviria, que se había quedado del avión. La primera avioneta de Escobar, colocada como insignia sobre el portal de su hacienda Nápoles. Y las avionetas de los primeros pilotos, que con los cuerpos de paz, fueron precursores de vuelos hemisféricos de marihuana, en los nostálgicos sesentas. Eso es lo que está en el álbum histórico de vuelos y contravuelos, de la novela, Premio Alfaguara 2011.

Se ingresa a la trama por vía de la primera persona – Antonio Yammara -, una víctima, porque es una novela donde solo hay víctimas. Al fin y al cabo una novela colombiana, como el café, el perico y las esmeraldas. Es una novela sobre la estupidez nacional, sobre la avidez emergente, sobre el triunfo de la crueldad sobre el amor, donde los amores trastabillan, donde a veces no son más que muecas tibias de dolor. Es la historia de la recuperación de un dolor. A un profesor de derecho, que se le ocurre averiguar la verdad.

Vásquez tiene pasta de fajador, sabe contar, es dueño de un tono que ensambla con talento en sus personajes, que les da veracidad y peso. Tiene la rara capacidad de hacer que el lector entre a su escena. Es como dirían antes, un narrador nato, que aun tiene por delante esa tarea inconcebible, de pulir el estilo. Encontró una identidad narrativa, la forma de hacer valer los tonos.

El regreso de Yammara a Ricardo Laverde es la senda de retorno al pasado de la historia. Después de muerto Laverde,  el contertulio del billar, por el que casi muere Yammara, se regresa por el mismo hilo de muerte hacia atrás, para intentar hacer posible la vida después del atentado. Para hacer que su cuerpo encuentre el origen de ese momento fugaz que lo puso más allá de la vida.

El mismo Vásquez, como autor, utilizó la novela como un ejercicio de memoria, un ejercicio de identidad, a través de la escritura. Se devolvió a su primera década, cuando se consumó la acumulación primitiva del narcocapital, cuando se hicieron los primeros vuelos, cuando se creó la DEA y se militarizaron los carteles. Y de paso, mirar el nicho de confianza, el circuito de los profesores de derecho, las familias de la clase media, las esposas y los hijos.

Es una novela recomendada durante un fin de semana nacional, un puente digamos, para quienes prefieren revivir el tiempo, con una novela, a matarlo.

1 comentario

Jaime Corrales -

Interesante. Apenas pueda, la leeré, o mejor, la pondré en mi lista de deseos...