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Alberto Rodríguez

Carta a Andor Graut

Carta a Andor Graut

Estimado Graut: Si su voluntad lectora lo llevó a terminar Buda Blues, el autor podría jactarse de haberlo obligado hasta el final, en medio de esa tortura que debió haber significado para usted, moverse en un universo malogrado de personajes, planos, filosofantes, buenotes, especie de corifeos epistolares de los que Mendoza se vale para instigar su discurso político contra la Cosa. Una de dos, o Mendoza tiene la capacidad de hacernos leer las cartas o usted es un puñetero masoquista.

No sabe cómo lamento que coincida usted con Alejandro Gaviria, Decano de Economía de la Universidad de los Andes, en su comentario del Espectador (3/5/2009). Ambos parecen no haber comprendido lo que se juega en la difícil frontera entre la tesis de novela y las novelas de tesis. Así que debo preguntarme. ¿Cómo fueron leídas las cartas por usted? ¿Fueron respetuosamente leídas? Como debe serlo la obra de todo escritor que nos convoque, que sea capaz de sonsacarnos unas cuantas noches de la vida a favor de su libro. ¿Sí fue bien leída la correspondencia? Porque si lo fue desde su impresión de haber escuchado al autor en vivo, estaría usted leyéndolo valido de una tesis. Una forma tan despiadada de leer, como tan despiadada, la escritura de un autor, que no narra, que hace propaganda.

Déjeme por fuera de su osada generalización, según la cual nadie se traga el cuento del “cruce de cartas”. Yo me lo trago, por eso pude terminar el libro. Si usted hubiera conocido o participado de la era epistolar en los años sesenta y setenta, habría sabido de cientos de cartas, como las que Mendoza pone en su libro, aunque no tan bien escritas. Se habría tragado el cuento. Yo exigiría una sola prueba de que no es posible escribir cartas así, aunque no en esta época, antes de renunciar a tragármelo, como se de otros, que también se lo han tragdo.        

 Me parece, y créame que me gustaría que en esto pudiéramos estar de acuerdo, que la crítica más válida a la novela de Mendoza, tendría que consistir en desmontarle seriamente el recurso epistolar, como esa forma de blindaje dramático, que el autor adoptó, contra el fuego cruzado entre las tesis de novela y las novelas de tesis.

Tambien lamento, que la génesis de su decepción, sea que el autor le resultó mejor que la novela. Estoy seguro que Mendoza estaría agradecido con una decepción de tamaño origen. Pero él, como yo, y espero que usted, creemos que el autor no importa, que lo único que lo valida, que le da existencia en las manos de un lector, es la novela.

 

  

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