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Alberto Rodríguez

Paraíso Travel

Paraíso Travel

La mierda metropolitana de las entrañas del “sueño americano”, Simón Brand se la hace tragar al espectador, que aguanta hasta el último minuto – lo cual no resulta difícil, y que es ya una primera gracia del film – simplemente porque está bien empacada. La película es la miserable utopía de los emigrantes en la ciudad de nadie, en la “sin city”, el submundo colombiano, esa otra suerte de “colombian dream”, donde la mierda se expande en matices creíbles, claroscuros, valiéndose de sentimientos que la película explota sin el amaneramiento comercial de muchos directores jóvenes.

Jorge Franco y Simón Brand hacen una buena pareja. La segunda película de Simón, una por año, muestra que hay un director: sabe lo que quiere y lo sabe hacer. Todo el cine que ha visto le ha servido, ha digerido los buenos trucos, ha aprendido de los buenos directores. Franco tiene ese talento de hacer pegar sus historias, no solamente porque tiene el asqueroso y efectivo gusto de sacarlas de los albañales, sino porque es capaz con su desparpajo paisa, de dotarlas con ese humor oral tan difícil de conseguir para un texto. Comparte con Vallejo esa gracia de la trascripción oral que hace tan cercano el texto al lector, como si fuera una cachetada.

De una historia que ha devenido lugar común, los emigrantes que huyen de su país, por lo que sea, deudas, pobreza, problemas con la justicia, hastío familiar, o ganas juveniles de ir a comer mierda sin imaginar qué tanta les corresponde, se ha hecho una historia, que sin vadear los lugares comunes (robo para conseguir los pasajes, mentiras, huida por el hueco, comida de mierda, restaurante colombiano, el hábitat del paria) no es un lugar común. Paraíso Travel nos mete de una en el dolor de un tipo – Marlon - al que se le pierde la noviecita – Reina - tan pronto llega a Nueva York.

Paraíso Travel es realismo sucio, no es un juego como los que a Carver encabronaba. Narración directa, diálogos precisos y económicos, caracterizaciones nítidas, sin concesiones sentimentales, es dura y blanda. No da vueltas innecesarias y conserva la dosis de crueldad suficiente para estimular los bajos instintos narrativos. Los colombianos salen del estereotipo de los depredadores latinos, de los narcotraficantes sin alma, para ser tipos blandos, perdidos, compasivos, con rasgos de insólita solidaridad, sucios, mezquinos, en un conjunto cerrado de emociones tiernas y sucias, que aún así tienen que ver con la porquería de sueños de los que cada uno vive.

El casting es un punto a favor. De donde quiera que hayan salido Aldemar Correa y Angélica Blandón – el casting se hizo en Colombia - se la echan, hay de donde sacar y están bien dirigidos. La conjunción de una buena historia y un buen casting, hace que la película no muestre las costuras, como las muestran las películas que se terminan en la sala de edición. Es una película, para referencia, mejor que María llena eres de gracia: más honda, realistamente más sucia, sin concesiones, sin efectivismos que riñen con la verosimilitud y asquerosamente colombiana.

Se ha hablado, sin mayor cuidado del papel de la ex diva Margarita Rosa. La deformación deliberada de su personaje – la mamá de Reina y que es el motivo verdadero de su viaje - ha sido sobrestimada. Se le fue la mano a Simón, no a Franco, la exageración convirtió al personaje en una caricatura mal lograda, lo cual terminó trivializando su condición. La película no necesitaba de la caricatura, y la actuación no fue suficiente para rescatar al personaje de esa veleidosa condición a que lo condenó Brand. Ese personaje, que en la novela es inmensamente cargado, contrastado, en la película terminó siendo una mal chiste sucio.

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