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Alberto Rodríguez

La librería

La librería

Una rara pieza en el cine de hoy, económica en recursos y rica en diálogos y situación. En algún villorrio de la costa inglesa en el norte, a una viuda venida de Londres, se le ocurre abrir una librería en una pequeña casa abandonada.

En el año que termina, La librería se estrenó en todo el mundo. Fue aplaudida en Paris, Madrid, Roma, Berlín, Londres. Ámsterdam. Luego vino a América, Brasil, México, donde la rebautizaron como “Libros, amores y otros males”, se estrenó en USA y la prensa del espectáculo se despachó en elogios. En Madrid en un par de semanas pasó de 300.000 espectadores. En la Berlinale arrancó aplausos cerrados.

La directora es una española de casi sesenta años, Isabel Coixet, con un historial bárbaro. Esa señora tiene toda la experiencia para hacer una “película inglesa” en sentido estricto, igual a como Cuarón hace una película mexicana, estricto sensu, aunque Cuarón es mexicano. Está basada en una novela de una escritora inglesa, llamada Penélope Fitzgerald.

En la atmósfera literaria necesariamente invocada por el tema, la librería –Bookshop, en el original- hay merecidos honores a dos autores que son demonios en un cielo de autores que nadie lee. Salvo el Señor Brundish, probablemente el único cliente que podría tener el negocio. Un señor, venido a menos, que habita una casa Usher y todo el día lee, libros que ya no le dicen nada, no le hacen nada. Hasta que la Señora Green, atendiendo a su solicitud, le permite conocer Fahrenheit 451, Crónicas Marcianas y Lolita.  

Nabokov y Bradbury son dos tensos hilos que le inyectan adrenalina al film de una viuda que abre su librería en el lugar menos indicado para abrirla, porque era el viejo sueño con su esposo. El Señor Brundish quema en su chimenea las cubiertas y las portadas que traen las fotos o las pinturas de los autores, hasta cuando la Señora Green le hace llegar envuelto en papel kraft con lazo, Fahrenheit 451. La temperatura a la que arde el papel de celulosa.

 Es una película de personajes, cada uno de ellos ha sido tallado a mano en un guión con particular espesor, están cargados de sentido dramático, de sentido inglés, de sentido pueblerino, al mismo tiempo que del sentido que se deriva de los libros, bien porque los leen o no los leen. Lolita es causante de que una multitud, a finales de los cincuenta, se agolpe frente a la vitrina de la librería para comprar el libro, del que la Señora Green, se ha arriesgado a traer 250 ejemplares.

 Y Fahrenheit, además de lo que significa para la cultura escrita y la memoria, se convierte en la cuerda maestra del film. Todo, desde que llega la viuda, desde que llega Bradbury, está enlazado con magistral cuidado, para que todos los hilos conflictivos que se enredan ante nuestros ojos, tengan un destino vivo y terminal. Como que si de verdad hubiéramos tenido que aceptar que la literatura tiene consecuencias necesarias en la vida. Y por ello, haya sido necesaria quemarla, desde que existen libros.

Al hombre de la barcaza que ha traído a la Señora Green, y al que ella, una tarde en que le ayuda a sujetarla al muelle, pregunta ¿usted lee? Y él le responde que no, tras lo que agrega, con la realidad tengo.         

1 comentario

Joyita del Mar -

La Librería es una película alucinante. Transpira poesía que permite acentuar con más crudeza lo contrario: lo absurdo, tosco y cruel del ser humano.
Es una realización artística excelente que nos hace aplaudir y recobrar esperanza sobre la certeza que el cine es un lenguaje que no se encierra en los cánones de Hollywood.
El final es ¡locamente esperanzador!