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Alberto Rodríguez

El carácter y el poder

El carácter y el poder

 La personalidad psicológica de los candidatos presidenciales, es ya un tratado desde la llegada de Donald a la Casa Blanca. En las elecciones en Colombia la personalidad de los candidatos ha tenido más discusión que en campañas anteriores, en las que todos tenían que referirse a la paz, con una promesa de campaña según la cual se consagrarían a derrotar o a negociar con las Farc.

 Se han hecho retratos psicológicos, tipificaciones, perfiles, de todos los candidatos, en televisión, radio, prensa y portales. Y de alguna manera se los ha ido caracterizando, como quien tipifica un producto que pretende venderse en el mercado electoral.

 Vargas Lleras ha sido víctima de su carácter, como su abuelo, toda la vida. Ahora es víctima de las tipificaciones y de las encuestas, a causa de reacciones públicas que muestran lo que no se puede mostrar. Los gestos, el rictus, las miradas, los labios, el movimiento de las manos, la expresión corporal, todo ha sido observado y tipificado casi con saña (las agencias han hecho estudios durante los debates). Vargas en la tipificación está asociado al coscorrón, el patrón del bien, el director, el que habla dejando ver los puntos y las comas y es enérgico al afirmar. Alguien más interesado en hablar que en escuchar. Alguien que no da confianza psicológica de interlocutor.

 Fajardo, el candidato profesor, tiene la imagen fresca, suelta, informal, juvenil, bronceada, aunque a los sesenta años, todo eso podría parecer un buen disfraz. Es un tipo chévere, tranquilo, que no quiere camorra, metódico, que entorna los ojos hacia arriba. Un candidato cuyo carácter público, no delata puntos críticos en la tipificación de personalidad.

 Petro, es de lejos, el que más ha dado papaya para que lo tipifiquen. Bastaría leer el último editorial de Caballero en Semana, contra Petro. Un ajuste de cuentas a costa de su carácter. Todo lo que al carácter se refiere, que debiendo permanecer oculto, trasciende, se convierte en un tiro en contra, un disparo en el pie. Su pequeño ego de caudillo natural, lo traiciona. El convencimiento sincero de tener siempre la razón, apoyado en una capacidad estricta de argumentación. La incapacidad de sostener y formar equipos de trabajo, gabinetes efectivos, partido. La bravuconada de su yo ilustrado lo lleva a cometer errores de tacto, de relación política y personal. Dice Caballero, es un tipo que habla de él mismo en tercera persona. Como “Yo el supremo”, de Roa Bastos.

 El “Duque” más que debilidades de carácter, tiene debilidades de identidad. Es un tipo tranquilo, irónico, que sostiene un discurso, que está informado, habla como hablan los burócratas internacionales de la gran banca. No se le conocen bravatas, humores vidriosos, salidas de ropa, mentadas de madre, amenazas desquiciadas, no le hemos visto salir babaza paisa de borracho cargado de tigre. Y no se le conocen, porque antes de la consulta no era nadie, era una representación de Uribe, solo eso. En la campaña ha hecho un esfuerzo para moverse entre la servidumbre y la independencia, que en la tipificación de los caricaturistas no lo salvó de ser retratado como un chancho, Porky, uno de los animales más inteligentes de la creación.  Él es el que dijo Uribe, pero en campaña se muestra como si fuera él. En un espacio tan complicado se revela toda la distorsión de identidad. En su campaña gráfica de imagen el patrón despareció. Duque es un candidato, según el marrano. Como en la “Guerra del cerdo”, de Bioy Casares.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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