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Alberto Rodríguez

Silencio

Silencio

Silencio, o de la lucha contra el cristianismo. Un proyecto que a Martin Scorsese le costó casi treinta años hacer posible. Probablemente la película que más le ha exigido, la más osada narrativamente. Un film políticamente incorrecto que muestra la forma como se corrompió la fe cristiana en Japón. El film es una muestra histórica de que la vida vale más que la fe, con lo cual Scorsese bien que se gana el título de un realizador de carácter. Alguien capaz de contar la historia de una avanzadilla de jesuitas, puestos por el vaticano en Japón, con la cruz y sin la espada. Es el más complejo de los films que ha hecho (Hugo, El aviador, Buenos muchachos, El rey de la comedia, Taxi Driver y Alicia ya no vive aquí)y el más difícil de producir: la transposición de la novela homónima de Shûsaku Endô sobre dos jesuitas portugueses que llegan al Japón en 1643, buscando a un tercero que aparentemente ha desertado.

En lugar aparte, siempre pienso en Pandillas de Nueva York. La fuerza, el poder, la política, el negocio, el caldero de inmigrantes, la pelea, la moda, todo reunido en cinco esquinas hacia 1846. La Europa inmigrante vomitada en Norteamerica, contaminando el nuevo continente con todas sus apestosas enfermedades. Y luego, Lobos de Wall Street. Lenin no hubiera podido sugerir al gran comisario cultural producir un film más anticapitalista que el de Scorsese.

El primer asunto a ver es la religión: catolicismo y sintoísmo (sincretismo cósmico natural). Una disputa de fe, dos dioses bien distintos. El dios de occidente y de oriente. Poderes constituidos. En La última tentación de Cristo, Scorsese había incursionado en un campo de pensamiento adherido a una fe. Lo que consigue con Silencio, estrenada en noviembre pasado, es escenificar el conflicto de la fe cuando de por medio está la vida. ¿Cómo sostener la fe si de por medio está la vida de otros?

Los padres Rodrigues (Andrew Garfield), Garupe (Adam Driver) y Ferreira (Liam Neeson), llegaron en tiempos distintos al Japón. Ferreira cuando el cristianismo había conseguido tener cien mil creyentes. Los otros dos en medio de la más dura tiranía política contra la infiltración cristiana. Justamente detrás de Ferreira, de quien se tiene noticia que ha abjurado para pasarse del lado japonés.

El personaje más importante, causante de los puntos de giro, y ante todo un actor, es el judas, que terminará cumpliendo la tarea de ayudar a la abdicación de la fe, por un motivo ajeno y superior a la fe, la vida. Con él, Scorsese introduce la pieza maestra de toda la armazón narrativa, un accionante que aparece y desparece, pero está ahí desde el comienzo del viaje hasta la consumación del destino real de quienes con el estandarte de la fe católica llegaron al Japón.

La abjuración era algo sencillo, poner el pie derecho sobre una imagen de “nuestro Señor”, y ya. Pero la fe que no se sabe de dónde resiste tanto, se rehúsa a pisar lo más sagrado. La película escenifica la forma triunfante como se termina con la fe, poniéndola en una situación en la que no valida sino se valida de la vida, evitando la muerte de terceros. Una abdicación humanitaria que terminó siendo en término de vidas humanas más valiosa que la fe.

Tiene mucho de cine de aventuras, tensión consistente, caracterizaciones creíbles y una fortaleza plástica en los antagonismos. Muestra un país, una época, un poder. Creo que se ganó, en mi escalafón, el tercer lugar en el top.

 

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