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Alberto Rodríguez

El vuelco del cangrejo

El vuelco del cangrejo

Es un buen documental, lástima que se exceda en pretensiones y duración. El argumental que quiso hacer el Director, Oscar Ruiz Navia, nos lo queda debiendo, para la próxima vez. La historia está a mitad de camino, se quedó en borrador. Hay que decir que Ruiz en su opera prima termina reconociendo a todos esos nombres que tanto han ayudado al cine en Cali. Al menos es agradecido.  

La historia no es privativa del argumental, un documental puede contar una historia, a la manera de los cronistas. Y la historia en el argumental,  a pesar de ser la nuez, no es por sí misma garantía de una buena adaptación al cine. Hay historias muy simples, leves, triviales, que están tan bien contadas, que se elevan, por ello,  a la categoría de consagradas. Comer, beber, amar, el film chino de Ang Lee de 1994. Y en literatura, el ejemplo perfecto, La paloma, de Süskind.

La historia: un forastero aparece en la Barra buscando un transporte para continuar. Se encuentra con Cerebro, el dueño del lugar, con su sobrina, la niña y el paisa. Se alquila para limpiar la playa mientras espera que los pescadores regresen. La niña, el personaje más logrado, más cargado,  le proporciona al final un bote a motor y un bidón de gasolina. En principio, de una historia tal no se podría decir si sale o no, una buena película. Va a depender de una operación singular de complicidad creativa entre el creador de la historia, que suele ser el guionista, y el director que va a ponerla en escena. Siendo, en este caso, guionista y director el mismo sujeto, cabe pensar que esa complicidad es completamente intrínseca. Lo cual deja toda la responsabilidad final del resultado, al trabajo de Ruiz Navia.

La historia es como un mecanismo de relojería, como un rompecabezas. Y aunque el director no puede afectar su estructura, se le ofrece como una cosa abierta, para que ejerza libremente su recreación audiovisual. Recibe un qué para que le ponga un cómo.

El qué del Cangrejo es una promesa de historia, le falta entramado, le falta riesgo, le falta acción, rapidez, intensidad, fuerza. Es una historia destemplada, apenas sugerida, cortada, “editada” en el peor sentido, que carece de efecto. Los personajes son pálidos, dramáticamente neutros, contenidos, opacos. Las circunstancias particulares son objeto de un sentido de tacañería narrativa, que torna flácido el film.

El cómo de la historia está tristemente vinculado a problemas que no se resolvieron en la historia, a faltantes en el guión, a déficit en las caracterizaciones. Así que la narración audiovisual necesariamente resulta precaria en el ritmo y la velocidad. No es que sea una película lenta, en tanto refleja el modo del tiempo en el escenario elegido, sino que el conflicto siempre es una promesa, se toma demasiadas largas para proponerse. El conflicto no tiene cuerpo, no pasa de ser la amenaza progresiva contenida, que termina restándole movilidad y viveza a la historia. Un aura soporífera invade el film, en el que personajes inexpresivos, casi aburridos, entran en unas relaciones sin desarrollo, sin riesgo expresivo,  en bocetos dramáticos más que en escenas, explicable quizá, por ser una ópera prima.

Ruiz sabe iluminar, encuadrar, cortar, grabar, el resultado técnico es muy decoroso. La dirección de fotografía es un alivio. Es un rodaje limpio, ordenado, que no pretende darle protagonismo a la cámara, que no juega por jugar con las secuencias ni los montajes. Las escenas en el agua son muy profesionales. La escena de Daniel – el forastero – y la niña en la playa, mientras él la hace reír con un ingenioso juego de cambio de rostros a medida que tapa y destapa con su mano, es preciosa. Deplorable la penúltima escena, en la que al fin al guionista se le ocurrió abrir el conflicto. Una aparición casi guiñolesca de los personajes, que en una arrebato operático cantan y luego como una unidad revolucionaria de ópera china, sacan con graciosa simetría los machetes para enfrentarse al “muro paisa”. Faltó la escena de la despedida de Daniel y la niña, la última en la que ella en un acto de amor, mediado por la madre,  ofrece el bote al forastero, para que se marche, a pesar de estar queriéndolo, como se quiere a los hombres que hacen reír a las mujeres.

La apuesta por los actores naturales es creativa, casi necesaria para conseguir la atmósfera del film. Pero no basta con que el sentido etnográfico de reparto, haga que los protagonistas de la vida, sean también los del film. Es necesario aprender a dirigirlos, para que sean completamente creíbles,  para que los defectos actorales no tengan que taparse con tantas economías de diálogo, expresión  y escena.

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