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Alberto Rodríguez

Yo, también

Yo, también

Ella: ¿Por qué sientes que me quieres?

Él:    Porque contigo puedo ser normal.

Ella: ¿Y para qué quieres ser normal?

Pablo Pineda, en la vida real es un mongólico, que hace el papel de un mongólico – en la película de Álvaro Pastor y Antonio Naharro - que se enamora de una mujer normal, la que podría llegar a enamorarse de un mongólico, aunque se gaste la película entera tratando de aceptar que pueda sentirse atraída por un mongólico.

Yo también, yo también, parece ser el grito más o menos desesperado de una población especial que ha sido extrañada dentro de los linderos de su propia especie. A la que la sociedad entera, la educación, la religión, la familia y el trabajo, han tratado como si no fuera de la misma especie. Terminamos colocándola en una monstruosa interdicción sobre el ente persona.

Yo también, es una desesperada alarma expresiva que atraviesa con sobriedad y solidez cinematográfica las barreras del silencio, es una grieta profunda hecha a la extrañación  y una comprobación biológica de que todos, todos, necesitamos excitarnos, enamorarnos, tirar, amar.

La película se instala en el espacio afectivo donde el instinto, las hormonas, el corazón, la razón, se dañan mutuamente, para hacer posible, creíble, efectivo el único conflicto que permite al director hacer una recreación de resolución de la diferencia, por vía de las ganas y el amor.

La expresión monstruosa de esa extrañación es el alma del sistema terapéutico con el que hasta ahora hemos tratado a los mongólicos, que consiste en enseñarles a ser como nosotros, para poderlos aceptar. Una terapia muy poco generosa, comparada la terapia de la película, la danza, el combustible de la atracción.

La danza de los mongólicos a pesar de su cotidiana gestualidad corporal emparentada con la gestualidad simiesca o la infantil, es fina, atinada, rítmica. En el baile sobrepasan la frontera de la especie, y dejen que el cuerpo se atraiga con el sentido de una corporalidad profunda, una biología que reacciona, en una puesta de escena sin conmiseración y sin patetismo.

Dos mongólicos que se encuentran en la danza, huyen de una pastelería llevando un ponqué y algunos billetes para irse a refugiar por un par de horas a unas residencias, el derecho que todos tenemos, lo que todos bien deseamos. Pero la extrañación, bien a nombre del amor o del cuidado, interviene interrumpiendo el amor de los mongólicos,  por la presencia de la madre, la policía, la prensa, los curiosos. Como si fueran de otra especie.

Yo también es una película especial, de gente especial y no especial, con un guión alimentado por el sentido de atracción en la diferencia,  que le  concede una originalidad especial, una belleza cruda e ingenua, reconocida en San Sebastián y en el Sundance, que hace que sea una de esas películas de volver a ver.

1 comentario

Gloria -

Muy buen punto de vista sobre una película que nos pone a pensar en que todos cabemos en este mundo.
Saludos.