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Alberto Rodríguez

Perrea mami perrea

Perrea mami perrea

A un Pastor cristiano de alguna secta le preguntaron por qué a los miembros de su congregación se les tenía prohibido bailar. Porque se podría creer que estamos haciendo el amor, repuso. Hoy voy a defender el “perreo”, de psiquiatras mal tirados, psicólogas frígidas, maestras y maestros castradores, curas pedófilos, educadores hipócritas y padres irresponsables.

“Perreo” significa hacerlo como los perritos. Como se hacía antes de que el hombre fuera completamente hombre, y la mujer completamente mujer, si es que alguna vez llegaron a serlo. Hacerlo y punto. Como una invocación natural de la especie. El perreo, para comenzar,  es la forma menos hipócrita de baile. Es el sexo más seguro, una forma placentera y limpia de educación sexual, de socialización del instinto. Pero ante todo es, la respuesta que recibimos por lo que hemos enseñado, por vía de la prohibición. Así que no seamos hipócritas, envidiosos, mezquinos y reconozcamos que a todos nos gustaría perrear, incluyendo a pastores, pastoras, curas, obispos, clérigos y frailes.

El baile en general, es una re-escenificación convencionalmente controlada del gusto instintivo por tirar. Es algo que hacemos aisladamente en una habitación, pero que se recrea socialmente en un salón con la música. En 1940 en Colombia, Monseñor Builes, prohibió el mambo, porque era una incitación inmoral a tirar. Nadie que haya bailado lambada, mambo, bolero, champeta, mapalé, currulao, podrá decir que no son representaciones públicas y aceptadas del acto privado de tirar.

A una niña negra de catorce años le pregunté si la mamá la dejaba ir a perrear los sábados. Dijo que sí, pero que le exigía que se pusiera toalla higiénica y licra. A un niño de trece años que frecuenta las chiquitecas, le pregunté de dónde sacaban las “poses”, el choque reggaetonero, el perrito, la carretilla, el chofereo. Dijo que las sacaban de un Kamasutra ilustrado. A la mayoría de los chicos les parece que no hay nada de malo, siempre y cuando no se haga en el piso, como han dado por hacerlos algunas parejas, más como show, que alguien de generoso bolsillo patrocina. ¿No son acaso expresiones de la educación sexual real? La de ellos, la que les es propia.

Que quienes hoy están tan preocupados por el perreo, nos muestren un solo caso en donde haya sido causa de impotencia, frigidez, eyaculación precoz, pereza sexual, irresponsabilidad matrimonial, y todos esos satánicos tormentos de la carne, que los moralistas señalan como amenazas. Son los muchachos los que entienden perfectamente el perreo, que los adultos, por hipócritas y mal tirados, no alcanzan a entender. Algo que ellos mismos desencadenaron con sus “modelos educativos”.

¿No es el perreo consecuencia cultural de la educación como represión neurótica y moral de la actividad instintiva? ¿No es el perreo la respuesta a las formas falsas de enseñar a asumir las relaciones sociales del cuerpo y sus funciones? ¿No es el perreo estimulado por la industria discográfica, publicitaria y de medios de los adultos? El perreo es una rebelión juvenil sin programa del instinto, contra la represión inmoral de la educación formal, informal y familiar. Quienes perrean, al menos son menos hipócritas, que quienes se abstienen, aduciendo que es  un “baile que choca”. La iniciación precoz de la sexualidad – por todos los medios - es un hecho que nadie controvierte, por razones de cultura y que la educación sexual, en cambio de satanizar, debería entender  y acompañar.

Un día al menos, una noche, una tarde, los adultos que hoy andan tan moral y clínicamente preocupados por la popularización del perreo, deberían perrear, darse la oportunidad deliciosa de hacerlo parados, con ropa, en un salón, en medio de trescientas personas y bajo los cálidos y cambiantes efectos de luz. No teman, nadie es tan malpensado como el Pastor cristiano, nadie va a creer que están haciendo el amor.

El perreo es una invocación instintiva franca, una propuesta cultural que ha entrado en el círculo de los medios masivos y de la industria del espectáculo. Lo que molesta a los adultos es que sea tan descaradamente franca, que muestre sin reato la intención instintiva auténtica de cualquier baile. Los fariseos educativos están “alarmados” por las consecuencias psicológicas del “choque”, aseguran que el perreo es peligroso porque los chicos no lo entienden. Se merecen que los abofeteen. En muchas familias se celebra que los niños entre cinco y diez años muestren cómo es que perrean. Mientras están chiquitos es gracioso, cuando crecen es pecado. ¿Así cómo?  Desde los trece años los chicos van a las minitecas. No se les vende licor, no pueden fumar, la pasan con gaseosa y agua. ¿Qué es lo que tienen que entender? ¿Que bailar es tirar por otras vías? ¿Qué perrear es rico? Y no sienten culpa, no deben sentirla, no tienen por qué, solo para que los vaticinios adultos, se conviertan en un hazmerreir social.

A Woody Allen alguna vez le preguntaron: Señor Allen ¿el sexo es sucio? Solo si se hace bien, respondió él.

 

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