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Alberto Rodríguez

El último diario de Tony Flowers

El último diario de Tony Flowers

No estoy seguro de saber a qué se refieren los escritores y críticos cuando hablan de literatura metaficcional. La primera impresión que me causa el término, es que me van a engañar. Deberán disculpar mi prevención, pero soy viejo. Andor Graut escribe un blog metaficcional: fantasía metaficcional. Pobre Graut, se cree todo lo que afirma.

                         La primera referencia a Tony Flowers la tuve googleando como cualquier desocupado, a propósito de la visita de Octavio Escobar a Cali, a darle una mano a la Fundación Casa de la Lectura y a trabajar con el taller Renata de Julio César Londoño. Di con un par de páginas de un tipo, cuyo nombre solo recuerda Octavio, que desarma “El último diario de Tony Flowers”,  para ver qué tiene adentro. El tipo se le mete debajo al texto de Escobar, como un mecánico de carros, para husmearle el culo metaficcional al libro.

El traductor del diario, trasunto inmediato e irremediable de Escobar, recibe la propuesta - a nombre del editor - de traducir el último diario de Tony Flowers (Nebraska 1946), a quien considera “…apenas merecedor del gusto indulgente de las “amigas” lectoras de Vanidades”. El libro comienza con la nota del traductor, seguida de un In Memorian firmado por el editor Spielmann – que debería haber ido primero - , y que a costa de nosotros los lectores, se nos presenta como un censor moral, de la peor especie, que resuelve eliminar del diario lo mejor: el escándalo. Hubiera censurado el expediente Lovecraft, aún a riesgo de defraudar a los estandartes del horror. Pero hubiera sido preferible, que defraudarnos a todos.

Me inclino a creer que las otras dos libretas marrón en las que Flowers llevaba su diario, eran mejores que la que sobrevivió el incendio, y que terminó siendo traducida por un piadoso detractor de Flowers, y publicada por un mojigato. La gracia del traductor está  en  introducir unos macarrónicos pies de página, que más parecen pie de fuerza. Plagados de erudideces informativas, que le brindan la única oportunidad de cobrarse la traducción, limpia, pero sin brillo.      

Hace años se me ocurrió la idea de una novela epistolar, a la manera de Pamela y Clarisa de Samuel Richardson, con espesor político de fondo. Inventé corresponsales en distintas ciudades del mundo y tracé una línea dramática que no sabía a dónde iría. Comencé  a escribir cartas como un loco. Cuando tuve 85 cuartillas me detuve y leí lo que había hecho. Encontré que a pesar de las diferencias entre personajes, en los hechos objeto de las cartas, había en todas ellas una misma e inconveniente voz: la del autor. Sobre impuse mi voz, a la voz de los corresponsales, lo que arruinó la singularidad de la novela, la mayor gracia en la escenificación narrativa.

 He creído necesario por simple consecuencia, leer el libro de Octavio, como lo que es, como un diario. Tony Flowers es un buen testigo de su época, testigo cotidiano de la USA de los ochenta, con un particular y fino punto de vista, para mostrarnos lo que ve, lo que siente. Refleja la vida de un escritor contemporáneo en New York, uno de los más populares de USA, recuerda el Editor, según las listas de autores del New York Times. Pero su diario –la versión traducida que nos tocó en gracia - no tiene el tono de un diario, como si le hubieran extraído el hálito de privacidad y de secreto que le da el aroma a cualquier diario. La voz no corresponde siempre al tipo que vive en el entramado de hechos que nos refiere. Creo que entre el editor y el traductor lo echaron a perder. (Es como si por momentos se hubiera querido hacer una novela a punta de diarios).  Es un diario demasiado perfecto en su forma, demasiado sintáctico, sin las traviesas libertades de todos los diarios, con los cortes y los tics propios de una escritura para no ser publicada.

 La voz de Tony Flowers ha sido amaneradamente maquillada en la traducción, se le han eliminado los barbarismos privados, los giros espontáneos que seguramente lo definían. Es un diario al que se le ha apagado la oscilación de los estados de ánimo, como si Flowers nunca hubiera escrito desaforado, a veces sin ganas, jodido, encoñado, empericado. Los sobresaltos, las dichas, la tensión a que se ve sometido, no encuentran resonancia en la voz normalizada del diario.

 La traducción logró traicionar el desenfado rotundo de la primera persona, que escribe su diario bajo la certidumbre de que nunca va ser leído por nadie, salvo, desde luego, que se trate del diario de un político o un dictador suramericano.

 

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