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Alberto Rodríguez

Perro como perro

Perro como perro

 

Cali es Cali. El parque del San Nicolás es el parque de San Nicolás. Se consiguen armas, pasaportes y droga. Los perros en la calle siempre andan con hambre. Los perros muerden. A los perros les entra la rabia. Los perros se utilizan para apostar en las peleas. Hay perros callejeros y perros de raza, pastores alemanes, gozques y gozques lebrel. Viven en las mansiones y en la calle. Son alegres como las putas con plata, pero también saben ser tristes como un tipo al que la mujer lo ha cortado. Y hay también perros de peluche pardo a los que se puede rellenar de billete.

Victor Peñaranda vivía con una mujer – Martha –con la que tiene una hija. Martha lo ha dejado. Víctor le baja un billete al Orejón, que los había enviado a buscar unos dolaritos en casa de los Mellizos. Víctor se quedó con el dinero, para hacerlo tuvo que matar el pastor alemán que cuidaba en la casa de los mellizos, y de paso al mellizo que no era el del asunto. Lo ahogan por asfixia con una bolsa plástica.

El motor de la película es una chuspa de plástico negro con medio millón de dólares. La película es un auténtico thriller negro de mafia criolla, una película de la gesta criminal en Cali. Una película de asesinos creíbles. Diálogos económicos y certeros. Caracterizaciones sólidas. Rudeza efectiva, negrura local, proporciones en la escena. Descache en el guión al final.

Peñaranda es el asesino consagrado. Mata al pastor alemán, a uno de los mellizos, luego descuartiza al otro con una motosierra y mata al portero del hotel. Un asesino enamorado, un tipo que sufre por su mujer y su hija, capaz de tentar la ira del patrón. Lo bajó de billete y todos los indicios conducen a él. El Orejón es una decantación sobria de la maldad, el alma del patrón, rotunda y acosada, por la brujería. El mafioso que no escucha el ruego de la bruja, de dejarle ese platica a las ánimas, que si saben cobrar. El sabor de brujería con toda esa magia del Pacífico está tan bien cocinado, que logra que los retorcijones del más allá acosen sin piedad a los vivos de este lado. (Los peces del acuario del Orejón mueren a dentelladas) Un enredo de superchería y animismo con el sabor de mafia.

El hombre que llama a la habitación del hotel durante toda la película, es un sorpresivo broche argumental, que apuntala al mejor estilo, la salida inesperada, la solución creativa más alternativa. Un remate casi accidental, que da gracia a la historia. Todo el tiempo el hombre ha estado llamando a Víctor, para preguntar por una mujer, como él mismo que llama a Marta y jamás la encuentra. Ese hombre es el único que logra descontrolarlo. Le advierte que no sabe con quien está tratando, con un aire tan serio como tan cómico; un humor crudo en proporciones venenosas. Víctor regresa al hotel, tras la muerte del Orejón, y tras haber dejado tirado al Negro Benítez, en manos de esa perramente, que se la había jugado con Víctor para repartirse el dinero.

La historia, pero ante todo la forma de contarla es una armazón pulida de la nueva y genuina maestría de Carlos Moreno. Un aplauso se merece, es un bacán. El lunar. Después de que Benítez mata al Orejón no podía salir vivo. Además ¿para qué dejarlo vivo? ¿para que haberlo hecho retornar de esa manera? Ni siquiera como fantasma servía que Benítez hubiera regresado para llevarse el dinero, además porque no sabía dónde estaba. El ha debido hacer lo que tenía que hacer, sacrificarse a la perramenta para que Víctor escapara. Una vez en el hotel y después de matar al portero, con el que tenía cuentas pendientes, sube a la habitación y rellena el perro de peluche con los dólares, pero al ir a salir encuentra al hombre del teléfono. La auténtica sorpresa de remate de clásico de cine negro. Un gigante iracundo que ha venido a matarlo por una mujer que Víctor jamás conoció. Lo único que tenían en común era la línea telefónica, la de la habitación del hotel. El hombre del teléfono asesta el golpe mortal a Víctor, busca a la mujer y antes de salir le echa mano al perro más importante de la película, el que tiene los billetes adentro.

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