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Alberto Rodríguez

Ficción mínima

Ficción mínima

          “Ha estado vaciando penes de camionero todo el día. Fue bella, ahora se oculta tras unas grandes gafas de sol y lleva una remera dos tallas más grandes. Él se acerca y le hace lo único que ella no hace, besar, y le dice: eres bella. Ella sonríe y va a seguir con su trabajo. Si no trabaja no come. Uno más y los dos podrán irse a cenar a un restaurante chino donde ella, al fin, se quitará las gafas para que él vea unos ojos enamorados”.

Internet le ha dado fuerza a un género breve y veloz del relato ficticio, conocido como mini cuentos, mini ficciones, narrativa breve, que responde con precisión al carácter instantáneo del medio por el que se difunden. El cuento que puede leerse en un twitter, en un post de FB, o los que llegan en antología en un correo, son una especie de literatura transgénica, células narrativas en evolución que se reproducen en algún orden.

Nadie duda que la tecnología de la instantaneidad ha incorporado tanta creatividad a la comunicación, que hoy es posible hacer un fresco hiper-textual con toda la literatura bíblica, difundir la biblioteca universal en edición digital, el acervo de las cien bibliotecas más grandes del mundo y hasta honrarnos con la creación de géneros, la nueva narrativa trasmedia o la poesía digital abierta.

La mayor parte de las mini ficciones que se publican en la red tienen un propósito de autor, hacer reír. Chistes reciclados, chistes nuevos, situaciones hilarantes. Desde luego están los blogs  cultos, que publican miniaturas orientales, joyas chinas y árabes y divertimentos modernos, como los de Monterroso, el mminiaturista guatemalteco. La prehistoria memoriosa de la tradición oral consagró en el impreso lo que a gusto de la época no debería olvidarse. Es la prehistoria del género, cuando las mínimas ficciones buscaban hacer pensar, reflexionar, evocar, en vez de hacer reír. 

La popularidad de la mini ficción está en la risa. Es de esa graciosa manera como se ha hecho masiva. Una literatura de masas, que se intercambia cada vez más entre usuarios en línea. Pesa sobre el género el costo del lenguaje, de la prosa, en la época de las abreviaturas, los acrónimos y los emoticones. En su mayoría son cuentos mal escritos, que han conseguido aumentar la velocidad de relato para producir efectos semi instantáneos. Granadas de sentido.

Para difundirse y gustar, las mínimas ficciones no necesitan estar "bien escritas", se  burlan de la prosa y le sacan la lengua al estilo. Basta que sean rápidas, tengan cohesión y estallen a ojos del lector.  Internet terminó acercando la oralidad y la escritura, a extremos que en otra época parecían un chiste.

    

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