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Alberto Rodríguez

De dioses y hombres

De dioses y hombres

Nunca la maldad actúa con más alegría y fortaleza que cuando lo hace movida por motivos religiosos, dice uno de los monjes cistercienses en la película francesa De Dioses y hombres, citando a Pascal.  

En la escritura del guión de Etienne Comar, intervino Xavier Beauvois el director, en los diálogos, un actor de 43 años que ha dirigido seis películas. Hay dos niveles de tema en el guión, por un lado el de la guerra y por otro el del compromiso eucarístico, el ora et labora,  como forma de vida de monjes franceses en la sierra argelina. Destaca la fuerza de la fraternidad y el servicio comunitario. Que los monjes pertenezcan a la orden cisterciense, en el monasterio de Tibhirine, es una magnífica ironización cristina contra el catolicismo de los banqueros y pederastas de la congregación de la fe.

Las interpretaciones son de una potencia dramática altísima. Al punto que por momentos podría pensar el espectador que está frente a un buen documental, especialmente al principio, cuando la película muestra: dónde están, con quiénes viven, qué hacen. Una economía de palabra religiosa sirve para darle toda la luz a los hechos.

Y una consagración absoluta del poder dramático, la escena en la que los ocho monjes se reúnen la noche de navidad para su frugal cena, igual a la de todos los días, y Luc – el médico – coloca en la grabadora El cisne negro de Tchaikovski. La cámara entonces se queda en el rostro de cada uno de ellos, unos instantes en los que la música, la cofradía, el profundo temor y el valor de una decisión, les arranca gestos íntimos, verdaderos, soberanos, doloroso, que a mí, me condujeron al llanto. El cisne negro, justamente, el amor bueno y el amor malo.

Uno de los monjes asesinados en el monasterio de Tibhirine dejo un testamento escrito: “Si me sucediera un día -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer involucrar ahora a todos los extranjeros que viven en Argelia, desearía que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal”. Y más adelante: “De hecho, no veo cómo podría alegrarme de que este pueblo al que amo fuera acusado indistintamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, tal vez, llamarán la «gracia del martirio» debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice actuar por fidelidad a lo que él cree que es el islam. Conozco el desprecio con el que se ha llegado a rodear a los argelinos globalmente considerados. Conozco igualmente las caricaturas del islam que alienta cierto islamismo. Es demasiado fácil tranquilizar la conciencia identificando esta vía religiosa con los integrismos de sus extremistas”.

“Sí: también para ti quiero este gracias y este «a-Dios» por ti previsto. Y que se nos conceda reencontrarnos, ladrones felices, en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. Amén. Insh´allah”.

1 comentario

Elizabeth Ruales -

Muy buen análisis a una excelente película. Coincido contigo en la fuerza dramática de la escena en la que todos se sientan en la mesa y escuchan el cisne negro, definitivamente un buen actor puede decir mucho sin palabras. Esta es del tipo de películas que logran en el espectador algún tipo de transformación, algo similar a lo que plantea Jorge Larrosa en la experiencia de la lectura pero en este caso con una pelicula.