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Alberto Rodríguez

Satanás

Satanás

  Un misil satánico contra las “buenas conciencias”. Un prospecto del cine negro de Bogotá. El asesinato en serie como venganza contra la soledad. Una sombría parroquia arrebatada por la venganza de la carne. Masoquismo, iconoclastia simbólica con sangre y orina. Violación múltiple, paseo millonario, escopolamina, robo. Un particular expediente de violencia intrafamiliar: asesinato a cuchillo de tres hijos ejecutado por su propia madre. Asesinato múltiple con tiempo de recarga. Satanás es la mezcla gris y contenida del alma de los condenados a los infiernos solitarios. 

 ¿Doctor Jekyll and Mister Hyde? No, ni siquiera es la parodia del monstruo que en las noches emerge del hombre civilizado, victoriano, científico, librepensador. Aquí los monstruos andan sueltos. Van a buscar la confesión a la parroquia cercana, dan clases de inglés, sirven de anzuelo para el paseo millonario, fornican en la casa cural, patean a los mendigos y violan en un viejo taller. En el maligno mundo reconstruido por Mendoza - que Baiz no llega a recrear con suficiente malignidad - a diferencia del de Stevenson, los Jekylls han sido reemplazados por los Hydes.  

Tiene una virtud la película, es sobria en la acción, en el diálogo, en la construcción de la atmósfera. La escena del asesinato del pianista en el restaurante, es tan efectiva como sobria, de una limpia perfección. No se invierte en agitación innecesaria. No se abusa ni de los recursos narrativos, ni de los visuales. Se evita el lugar común, el plano fácil, la secuencia obvia, la estridencia dramática para mayorías. No necesita de la fórmula del “humor colombiano”, porque ahí no hay nada de que reírse. (Aunque algunos de los vecinos durante la proyección se rieron de la agresión del cura contra el mendigo). Los personajes alcanzan sus tonos sin forzar el relato, trágicos todos, grises, desabridos, desapacibles.

  La opera prima de Andi Baiz - la historia gris de un colombiano gris que ha sido soldado en el Viet Nam – también tiene un defecto, no alcanza a encontrar la dosis madura de tensión emocional de una tragedia. La tensión preliminar, la acumulación dramática que produce antes del desenlace, donde se tocan las tres historias, no es suficiente, no alcanza el umbral de la dimensión trágica. La película de Baiz no deja bostezar, todos los asesinatos son precisos y visualmente contundentes, pero al conjunto del relato le falta un tanto de adrenalina. Es probable que esto se deba a la juventud del director, porque levantar las atmósferas acumuladas de intranquilidad que desatan sentimientos enervantes en el espectador, es algo que toma tiempo aprender. Faltó claroscuro en la tensión del relato, previo al final previsible, justamente porque era conocido por muchos espectadores colombianos, porque fue sacado de la vida real.

Era necesario haber tramado el relato con efectos destinados a crear impresiones más ansiosas, suspensiones más intranquilas. Es un Satanás creíble, no solamente por verídico, pero en el cine a diferencia de la vida real, por razones de tiempo, no lo es suficiente, al menos para quienes pagamos un boleto para que se nos atormentara. ¿A qué otra cosa podría ir un espectador que conoce la historia?  

Baiz ha tenido buena escuela, ha visto suficiente cine, ha trabajado duro, tiene un talento de director en formación, suficiente para haber hecho una opera prima digna. Pero tendrá que pagar el costo de un aprendizaje que le ayude a intrincar más las tensiones que producen ansiedad de relato, hasta el punto de que éste aparezca como una amenaza emocional sobre el espectador. Tendrá que aprender lo más difícil, hacerle atragantar las palomitas de maíz. O quizás impedirle que las coma.

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