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Alberto Rodríguez

¿Estado de qué?

¿Estado de qué?

El único Estado que aceptamos es el estado del tiempo. Por lo que el anarquismo podrá ser tachado de lo que se quiera, menos de anacrónico. El anarquismo es el peor enemigo del Estado y el Estado lo sabe, pero una buena parte de la sociedad civil lo ignora. Es la tragedia primigenia del anarquismo. Al poder de las armas el poder de los textos. Al poder de la palabra, la palabra poderosa. Al poder de la oscuridad el poder de la luz. No aceptamos un Estado que con los amigos hace justicia y a los enemigos aplica la ley.

El Estado es el aparato armado y desarmado de una pandilla que electoralmente se alza con el poder político, para controlar todos los negocios públicos, y buena parte de los privados, desde el privilegiado lugar que le da controlar las “reglas del juego democrático”. Ya no es más como creía Marx: una máquina de una clase para aplastar a otra. Las pandillas ahora son pluriclasistas, suprapartidistas, multirraciales, con intereses en distintos negocios, de distinto origen.

El Estado siempre es de hecho, porque su única base de sustentación es el monopolio oficial de la fuerza. El Estado de derecho, así autollamado, sí que es un embuste del derecho. Un derecho que aunque escrito, el Estado no lo hace cumplir, con lo que siempre favorece a alguien y siempre se tira a alguien. ¿Asegura el Estado el derecho al trabajo? ¿Asegura el derecho a la vida? ¿Asegura la vida de indígenas y sindicalistas? ¿Garantiza sus derechos a los desplazados? ¿Alguna vez hizo una reforma agraria? ¿El poder judicial no ostenta en su índices, el noventa por ciento de impunidad? ¿No asalta el Estado a la multitud de contratistas que viven de contratar? ¿No quiebra el Estado al campesinado con su política de importación de alimentos? No conformes con el monopolio oficial de las armas, los para políticos uribistas convirtieron a los paramilitares en sus jefes de campaña. ¿No es el Estado el que desde las mismas fuerzas militares organiza la caravana de la muerte, los falsos positivos? ¿No es desde el poder que se entra en tratos con detenidos en las cárceles, para que se presten a ensuciar a magistrados? ¿No fue con un cohecho como se empujó la reelección salida de la reforma de un articulito? ¿No nos ha tocado en desgracia un Congreso refractario al homosexualismo, a la dosis personal, al aborto, a la eutanasia, a la reparación?

No hay miseria, canallada, desgracia, porquería, que el Estado no haya hecho, no haga, o vaya a hacer, para conservarlo en manos de la pandilla legal. En eso es exactamente igual que la mafia. No es claro cuál de los dos es el origen del otro. Aquí no hay partidos, hay bandas. Si revisan las cifras de parapolíticos en la cárcel – un 35% del actual congreso – verán que no miento. El Estado es el peor enemigo de la sociedad civil. Hablo de una sociedad desarmada en su mayoría, material y simbólicamente. Su fuerza motriz, no tiene conductores, porque carece de medios. Una sociedad civil sin medios, es una sociedad sin opinión.

La opinión es de círculos, oficiales y no oficiales, que disponen del control de los medios oficiales y privados. Círculos de poder y contrapoder. Pero el gran círculo, la sociedad civil, es una fuerza sin medios. Así que cuando Monseñor Uribe Vélez habla en su discurso veintijuliero, del veinte de julio, del “estado de opinión”, invoca precisamente lo que no existe, lo que no aflora porque el Estado no necesita que aflore. Si fuera por la opinión, Monseñor debería haberse caído, como se cayó Nixon en los Estados Unidos. No hay nada que aquel no haya hecho, que no hiciera el tristemente célebre pandillero republicano, mil veces más peligroso que Al Capone.

Los columnistas de la prensa de provincia descubrieron que “el estado de opinión” tiene origen roussoniano. Otros comentaristas creen haber visto en el Estado de opinión la fase superior del uribismo. Otros: que el estado de opinión es la superestructura del estado comunitario. Los políticos aseguran que es el resquicio teórico a través del cual Monseñor intenta encontrar una alternativa en el artículo 104 de la constitución, si el referendo se hunde.

Pero no, el “estado de opinión” es una ironía, un chiste cruel, una de las bromas librescas que José Obdulio le sopla a Monseñor.

1 comentario

ana -

exelente!!
kuando sera ke el pueblo se unira...para aplastar al "estado"!!
sueño kon ese dia-^^