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Alberto Rodríguez

¿Si perdemos la confianza en la sociedad civil, qué nos queda?

¿Si perdemos la confianza en la sociedad civil, qué nos queda?

 Cuatro de febrero de 2008. Más de un millón de personas en Bogotá. 600.000 en Cali, 550.000 en Medellín. 220 ciudades en el mundo mostraron a los colombianos, como sociedad civil (Kuala Lampur, New York, Londres, Pekín, Sidney), más allá de los alcances manipulatorios del régimen, de las garras de los políticos y de las trampas de los medios. Claro, de todo esto debió haber, porque ni el gobierno, ni los políticos ni los medios, dejarían escapar una convocatoria, que resultó ser la más grande de las que se tenga noticia. Internet mostró su alcance como herramienta eficaz en la convocatoria civil.  

Es fastidiosamente insulso y provocador partir del supuesto general de que la sociedad civil no tiene ninguna autonomía, que es irremediablemente tonta, manipulable y desorientada. Que nada hay que pueda hacer por si misma, y que sus gestos simbólicos, sus ademanes multitudinarios, siempre son el resultado de una maniobra encubierta de los poderes adversos. Pero en este caso, ninguno de ellos tuvo la fuerza para promover y controlar la movilización civil. ¿Habría sido lo mismo si hubiera convocado el gobierno, o el Partido Comunista o el Partido Conservador, o el Polo, o las familias de los secuestrados?

  

Y como la sociedad civil por naturaleza es plural, su pluralidad ejercida le puso color a la manifestación. Desfilaron los estrictos seguidores de los promotores, que propusieron una marcha contra las FARC, con camisetas blancas y letreros negros que decían “Yo soy Colombia”. A ellos se pegó el gobierno, Uribe en Valledupar alzando niños en la tarima de Francisco el Hombre y Uribito en Florida y Pradera, en compañía de ese otro muchacho que ahora es gobernador del Valle. Participó el Polo y los sindicatos afines, recordando que la lucha también es contra el paramilitarismo y el gobierno. Se escuchó reiteradamente, incluso por altoparlantes: “El pueblo unido jamás será vencido”. Marchó la iglesia que se tomó las tarimas para hacer un llamado piadoso y publicitario contra toda clase de secuestro y por la paz. Desfilaron los rabiosos anti FARC que pidieron guerra y muerte a los guerrilleros. Marcharon los antichavistas que le pidieron al coronel mantener sus manos fuera de Colombia: “Chávez go home”. Marcharon las asociaciones de víctimas del paramilitarismo pidiendo justicia. Marchó la clase alta diciéndole a Uribe que lo está haciendo bien, que continúe. Marcharon Consuelo y Clara, por el acuerdo humanitario. Marchó Petro por su amiga Ingrid Betancur y las familias de los secuestrados, pidiendo su regreso. Y en las cárceles, los grupos de condenados de las FARC, se manifestaron contra el secuestro y le dijeron a las FARC que no contara con ellos para el intercambio.

  

Quienes no marcharon, por muy respetables que sean sus razones, dejan ver el cobre en algo definitivo: sienten desconfianza por la sociedad civil, rechazo a una manifestación de masas, con minúsculos argumentos que fueron sepultados por la participación plural. Si uno está contra todas las violencias, como yo, necesariamente ha de estar contra la de las FARC (pero algunos de los que no marcharon parecieran tener en lo profundo de su corazón una simpatía vergonzante). Cuando las marchas se hacen contra el gobierno, nunca se ha escuchado a quienes en ellas no participan, que no lo hacen porque no se señala también a las FARC. Y lo mismo cuando se han hecho marchas contra el paramilitarismo, no se ha escuchado a nadie decir que no participa, porque no se llama a combatir a las Farc Pero cuando se llama a marchar contra las FARC, - valga decir que cuando la movilización por el asesinato de los diez diputados la marcha se hizo contra las FARC – entonces no salimos, porque el llamado no incluye explícitamente a los paracos y a Uribe.

  

Con la lógica de la desconfianza y el desprecio por las acciones civiles, con que se leen las expresiones masivas, los que no marcharon (incluyendo a Doña Piedad y a Doña Astrid) en vez de hacerle un favor a la solución civil, se están prestando con su intolerancia y su falso neutralismo, a la solución de fuerza, o a la que sería peor, a la falta de solución. Porque si no es la sociedad civil, la que con sus acciones presiona a los actores de la guerra, ¿entonces quién?

 

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